DE BROMAS Y VIOLENCIAS

Will Smith se levanta, se dirige al maestro de ceremonias y le mete una hostia con la mano abierta. Luego, airado, se vuelve a su asiento, desde donde profiere un exabrupto.

El incidente es emitido en las televisiones de todo el mundo, y se abre un debate en el que suena la consabida cantinela de que “nada justifica la violencia”. Por violencia se refieren al bofetón que Will Smith le ha arreado a Chris Rock, claro. De la otra no se habla.

Me llama poderosamente la atención que no haya controversia en torno a otra cosa más que a la reacción de Smith. A nadie parece importarle el comportamiento de un cómico tan penoso en su oficio que necesita mofarse de la enfermedad de otra persona para provocar unas risas. Y eso no es lo peor: lo más grave es que fue algo premeditado.

El tortazo propinado por el otrora “príncipe de Bel Air” fue espontáneo, amén de constituir la reacción más humana y lógica por parte de alguien que, a buen seguro, ha visto llorar a su esposa a causa de la alopecia que padece, un mal que, si bien se traduce en una cuestión meramente estética, es ya de por sí grave para una mujer, no digamos en el caso de una que, en gran medida, depende de su físico para ejercer su profesión.

Es natural, como digo, que un hombre abrumado por la pena de su esposa y dolido por tan ácido comentario reaccione de forma visceral. De acuerdo en que no es lo más civilizado, pero entra dentro de lo lógico.

Sin embargo, las motivaciones de Chris Rock ya me parecen más oscuras.

Obviamente, el cómico buscaba notoriedad, buscaba provocar la risa entre el público, que es con lo que se gana la vida, pero lo hizo de un modo tan lamentable que lo menos que se merecía era la torta que le dio Smith. Peccata minuta comparada con el vacío que deberían hacerle en la industria por un gesto tan cruel como chabacano.

El sentido del humor, tal y como yo lo entiendo, es una cualidad de la inteligencia. Así, cuanto más inteligente es una persona, más fino es su humor. Y a la inversa, claro: de la mente mezquina y pobre sólo pueden salir bromas zafias y brutas. Y he aquí que también me gustaría hacer una distinción entre la broma y el gesto que cruza la línea para convertirse en mofa, burla y escarnio.

Una buena broma es aquella con la que ríen todos. La burla, en cambio, se hace siempre a costa de alguien, luego hay al menos uno que no se ríe. Cuando la falta de talento hace mella en quien pretende hacerse el gracioso, sólo puede esperarse de su discurso y de su trato que cause daño a alguien. Poco castigo es una torta que, mediáticamente hablando, le ha hecho más daño a Will Smith, a su imagen y a su carrera.

La mofa también es violencia; daña la autoestima y puede conducir a la tristeza y a la desesperación. Y, desde luego, tarda más que en curarse que la hinchazón de una bofetada.

Puestos a manifestarnos en contra de la violencia, hagámoslo sin ambages y sin hipocresía.

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MALOS TIEMPOS

En doce cavernas de oscuras promesas,

con treinta agujeros de negra acechanza,

por dos veces doce golpes de cadenas

se fue diluyendo toda mi esperanza.

Con cada sentencia, de bronce tañido,

el aire futuro historia se hacía

y exhalaba miedo, tristeza y quejido

lo que ser canción antes pretendía.

En un horizonte pintado en el cielo,

un ánima incierta al sueño invitaba

y se deshacía en rápido vuelo

cuando en atraparlo me desesperaba.

Cerré al fin los ojos, la causa perdida,

exhausta y vencida, llorosa y amarga,

implorando al cielo la vuelta a la vida

y el fin de un camino con tan triste carga.

Con forma de nubes y ruido de truenos,

me respondió entonces el agua más brava,

para recordarme que los tiempos buenos

sólo pueden serlo cuando hay partes malas.

Así, sin espada, sin causa y sin tropas,

me hallo, desde entonces, sentada en la playa,

dejando que el agua empape mis ropas,

y aguardando el viento que inflará alma.

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HACIENDO CUENTAS

Te di mi sonrisa, mis manos y mi tiempo.

Compartí mi música y mis libros, compartí mis secretos.

Te di lo mejor de mí, te di mi afecto.

Tú, en cambio… tú me diste soledad, traición y silencio.

Pero, ¿sabes? De dar lo que te di, no me arrepiento.

A fin de cuentas… ¿Quién gana y quién pierde en esto?

Te colaste por la ventana, pretendiendo hacer tuyo lo que era ajeno,

aprovechando del manso su confiado sueño,

y echaste en tu morral objetos extraños y bellos.

Luego, ya en tu cubil, quisiste hacer recuento,

pero abriste la saca y sólo salió tu propio desconcierto.

¿Dónde estaba el botín, dónde tu premio?

Al fondo, cero, nada, un agujero negro,

pues no hay fortaleza que haga un rehén del ingenio,

y se vuelve a su casa, para arropar al que quedó durmiendo.

Flotando en derredor, tus excusas revelan los hechos.

Egoísmo y perfidia, falsedades e inventos,

de una obra mediocre, ingredientes perfectos.

Que roba la nada quien pretende, hacer suyo del otro el talento,

pues muere por su boca, igual que el pez del cuento.

Y he de insistir, porque no pareces entenderlo:

¿QUIÉN GANA Y QUIÉN PIERDE EN ESTO?

Yo tengo lo que soy, porque lo que soy es lo que tengo.

¿Y tú? Un ladrón de luz, eso es lo que en ti veo.

Que trata de agarrarla, pero ve que se escurre entre sus dedos.

Que quiere todo, que entrega nada, y acaba siendo preso,

preso de su elección, y de sus planes negros,

preso de una carencia que amarga sus sueños.

Ahora golpea tu rostro, de la verdad el viento,

y es ahora, desnuda, cuando tu piel contemplo,

que ahora no te cubre, de mi candor, el velo.

Ahora sí, ahora sí te veo.

Dime, ¿Quién gana y quién pierde en esto?

Lo cuento con mis manos, y queda resuelto:

Tú perdiste la máscara, y yo…

¡Yo gané mi propio respeto!

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