En doce cavernas de oscuras promesas,
con treinta agujeros de negra acechanza,
por dos veces doce golpes de cadenas
se fue diluyendo toda mi esperanza.
Con cada sentencia, de bronce tañido,
el aire futuro historia se hacía
y exhalaba miedo, tristeza y quejido
lo que ser canción antes pretendía.
En un horizonte pintado en el cielo,
un ánima incierta al sueño invitaba
y se deshacía en rápido vuelo
cuando en atraparlo me desesperaba.
Cerré al fin los ojos, la causa perdida,
exhausta y vencida, llorosa y amarga,
implorando al cielo la vuelta a la vida
y el fin de un camino con tan triste carga.
Con forma de nubes y ruido de truenos,
me respondió entonces el agua más brava,
para recordarme que los tiempos buenos
sólo pueden serlo cuando hay partes malas.
Así, sin espada, sin causa y sin tropas,
me hallo, desde entonces, sentada en la playa,
dejando que el agua empape mis ropas,
y aguardando el viento que inflará alma.