LIBERTAD DE OPRESIÓN.

Aquella era una ciudad en blanco y negro. Medio siglo de opresión había hecho de sus habitantes ciudadanos silenciosos, sumisos, prudentes hasta la cobardía.

Todo estaba controlado. Había leyes para caminar, leyes para hablar, leyes para pensar.

Por fin el tirano murió, y todos salieron a las calles para festejarlo. Hombres y mujeres sacaron sus tejidos de colores y los expusieron al sol. Cada cual colgó su estandarte, todos diferentes, y todos aceptados. Ya no había yugo en la palabra; expresarse era un derecho.

Para proteger la libertad, se crearon leyes. Leyes para evitar que una palabra oprimiese a otra palabra, leyes para impedir que el libre albedrío ofendiese a los más conservadores, y también para que éstos no manifestasen sus deseos de retorno al control.

Al final, la libertad murió a manos de sus propias reglas.

Y la ciudad volvió a estar en blanco y negro.

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